En 2012, David Owen Russell exhibió uno de sus más premiados (15 premios) filmes llamado “El lado bueno de las cosas”. Esta película narraba la historia de un joven (Bradley Cooper) que regresaba a la casa de sus padres tras pasar varios meses en un centro de salud mental por agredir a su exmujer. El susodicho, con la intención de recuperar a su exmujer, se topa por el camino a Tiffany (Jennifer Lawrence), otra chica con problemas para rato. Como se puede imaginar y dentro del marco cinéfilo de la historia, el encuentro entre ambos supone un cambio en sus vidas.

Hace 40 años, las películas giraban en torno a un mensaje profundo, con personalidad y carácter, que el director quería transmitir al espectador y convertirlo en participe de esa nueva perspectiva. Hoy en día, la gran mayoría de películas se limitan a terminar con finales felices para abusar de la inocencia del público y sacarnos los cuartos con cuatro chistes mal contados. Y eso es lo que ocurrió con el trabajo de Russell. En vez de orientar su gran título hacia un final que generase cierta reflexión personal, se limitó a juntar a los dos locos de barrio para terminar pintando un corazón que endulzase nuestra tarde de sábado.

En esta ocasión, me quiero poner en el papel de Russell y proponeros un remake de “El lado bueno de las cosas” sin corazoncitos de por medio ni locuras sacadas de guiones de Hollywood.

Empecemos por, ¿cuántos de vosotros sois felices? Pero felices de verdad. Y, aprovechando la ocasión, ¿qué es para ti ser feliz? ¿Tener más supone ser más feliz? ¿Alcanzar el éxito genera felicidad? o ¿A través de la felicidad se puede alcanzar el éxito? ¿Qué es el éxito?

Evidentemente yo no voy a ser quién os de la respuesta universal a tales preguntas pero si me gustaría compartir con todos vosotros mi perspectiva respecto a la felicidad, el éxito y el buen hacer.

Hace unos años se realizó una encuesta a más de 10.000 personas a lo largo de 48 países cuya pregunta era qué es lo que más se desea en la vida. La mayoría de las personas respondió un rotundo: “ser feliz”. El valor de la felicidad se consideró más importante que el éxito, la inteligencia, el conocimiento, las relaciones o la riqueza.

La psicología tradicional tiende a enfocar la búsqueda de la felicidad como el intento de comprender nuestros sufrimientos, es decir, a través de una perspectiva correctiva o negativa. Por el contrario, la psicología positiva se plantea este mismo tema a través del análisis de las condiciones que permitan a los humanos seguir disfrutando y aprendiendo a ser feliz.

Tal Ben-Shahar (Universidad de Harvard) profesor especializado en psicología positiva, opina que la mayoría de la gente cree que alcanzar el éxito les proporcionará un mayor grado de felicidad, siendo esta a corto plazo.

Desde mi punto de vista, la perspectiva anteriormente mostrada la defino como “felicidad impulsiva”. Fruto del momento, del instante en el tiempo, los altos niveles de satisfacción interna condicionan los horizontes propios de felicidad. Podemos caer en la tentación de sonreír y pensar que el éxito (en esta dirección éxito->felicidad) nos proporciona la felicidad soñada pero esa actitud nos muestra el lado más impaciente del ser humano.

El éxito es, simplemente, ese momento en el que logramos cumplir nuestras metas en la vida.

Entonces, ¿se puede relacionar éxito con felicidad? A la hora de analizar la posible interrelación entre felicidad y éxito, comencemos por aceptar la realidad del día a día. Hay una gran cantidad de personas que consideran haber alcanzado el éxito en sus vidas pero no la felicidad. En ocasiones, se les puede observar mirando una copa de champán mientras su mirada se pierde entre las burbujas. Pueden haber alcanzado el éxito pero, de la misma manera, carecen de la ilusión y magia de cada paso que les ha llevado a ello, sin por tanto, disfrutar el camino que les ha permitido alcanzar el éxito.

A veces nos equivocamos en lo que queremos obtener de la vida. No sabemos lo que deseamos y por ello no podemos alcanzar el éxito que tanto anhelamos, creyendo que nunca alcanzaremos la felicidad si no cumplimos las metas pactadas con el destino. Una vez más caemos en el error de alcanzar la felicidad a través del éxito.

En otras ocasiones también caemos en el error de plantearnos unas metas y torturar nuestra alma al no alcanzar el éxito en cada una de ellas. Esta actitud nos condena casi a una infelicidad perpetua y por supuesto, a un final escabroso.

Y, ¿cómo alcanzar la felicidad a largo plazo? El logro de la felicidad eterna requiere disfrutar cada minuto del viaje de nuestra vida. Un viaje cuyo destino lo diseñamos nosotros mismos. Un diseño con un significado particular donde nuestro ADN se ve perfilado.

Ante todo, es fundamental marcarse unas metas en la vida, ya que nos pueden orientar en los momentos en los que nos sintamos perdidos o desconcertados. Dichas metas deben ser flexibles, permitiendo aprovechas las oportunidades que puedan aparecer a lo largo de nuestro camino. Oportunidades que pueden convertirse en fracciones de felicidad eterna y que no debemos dejar perder.

Recuerda siempre que la felicidad no se obtiene al alcanzar el éxito. La felicidad radica en experimentar y convertir en sonrisas la aventura de escalar en nuestro camino hacia el destino marcado, hacia nuestras metas soñadas y puede que entonces, sintamos el éxito en nuestras carnes. La felicidad consiste en dar lo mejor de cada uno, aceptar tu persona y el estilo de vida que te caracteriza orientando las habilidades innatas que te conforman hacia el crecimiento y enriquecimiento tanto a nivel personal como profesional.

Puede que ya seas feliz pero no te consideres una persona exitosa. Nunca te atormentes por ello. Por encima de todo, la felicidad permite alcanzar el éxito pero el éxito sin felicidad es un vacío en nuestro interior.

Y jamás olvides esto: La felicidad es una actitud dinámica. El éxito, algo puramente estático.

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